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La juventud (a propósito de "Frances Ha")*

Actualizado: 11 abr 2022


* esta crítica se publicó en la página de cine "clase siete": https://clasesiete.com/blog


Película: Frances Ha

Año: 2012

Director: Noah Baumbach


Frances: Contame nuestra historia

Sophie: ¿De nuevo? Bueno, Frances. Vamos a dominar el mundo.

Frances: Vos vas a ser una editora en jefe malévola y genial

Sophie: Y vos vas a ser una bailarina moderna famosa. Y yo voy a publicar un libro carísimo sobre vos.

Frances: Y los idiotas de los que nos reímos lo van a poner en su mesita ratona.

Sophie: Y compraremos un departamento en París para irnos de vacaciones

Frances: Y tendremos muchos amantes

Sophie: Y no tendremos hijos.


El mumblecore es un subgénero del indie norteamericano que busca retratar un universo auténtico, pequeñas historias humanas, “pedazos de vida” sin momentos grandilocuentes, buscando encontrar cierta verdad a través de personajes genuinos, tan reales que sentimos que los conocemos o fuimos ellos en algún momento. Estás películas se caracterizan por ser de bajo presupuesto, con actuaciones y diálogos naturalistas, muchas veces improvisados, muchas veces dichos por actores no profesionales y suelen centrarse en personajes de veintipico o treintaipico que están perdidos en la vida.


En este universo de pequeñas historias se inscribe Frances Ha, la historia de Frances, una chica de 27 años que vive en Nueva York y no sabe bien dónde está parada. Es bailarina pero en la compañía de baile en la que está no pasa de suplente, se inventa entrevistas de trabajo que no tiene, y vive en una burbuja donde el futuro es un sueño constante que algún día (porque siempre hay tiempo) ocurrirá exactamente como ella quiere. En esa ensoñación del futuro transcurren sus días, en su departamento con su mejor amiga Sophie, con la que gustan imaginarse como dos mujeres exitosas que viven en París, con muchos amantes y sin hijos, y siempre juntas.


“Somos básicamente la misma persona con distinto pelo” dice Frances cuando se refiere a Sophie y al comienzo de la película rechaza la sugerencia de un novio de irse a vivir con él, porque ella piensa renovar el alquiler con Sophie. Lo cierto es que se separa del novio, pero su verdadera desilusión amorosa ocurre cuando Sophie le cuenta que tenía otros planes. No quiere renovar el alquiler y quiere mudarse con otra amiga a una zona más linda de la ciudad. Luego, sin la presencia constante de Frances, se acerca más a su novio informal, Patch, y encara una relación más comprometida. A Frances, entonces, se le estremece el mundo y tiene que empezar de nuevo.


En esa frontera entre la adolescencia extendida y la adultez, y con la impunidad y espontaneidad propias de la juventud, Frances se mudará con dos amigos artistas, seguirá sin éxito intentando ascender como titular a la compañía de baile en la que trabaja, le aumentará el alquiler y tendrá que vivir de prestado en lo de una amiga, trabajará de moza en el campus de la universidad en la que se graduó años antes para juntar algo de plata, y hasta, como queriendo encontrar algo de sentido, ensayará un viaje relámpago a Paris, la ciudad de sus sueños, donde se alojará en el departamento vacío de unos conocidos por unos días, y no hará otra cosa que caminar sola, serenamente triste y cabizbaja, como si la ciudad soñada se hubiera vuelto invisible. Mientras tanto, extrañará a su amiga y se sentirá desorientada y un poco desolada cuando no pueda compartir cada pequeño momento de la vida con ella.


Es en esa prolongación melancólica de la juventud, en esa sensación ineludible de que todos los demás cambian y uno se queda quieto, en esa dificultad de asumir las renuncias que implica la adultez, en la pose desgarbada y la mirada ausente que se esconde detrás de la sonrisa siempre encantadora de Greta Gerwig (Frances) es donde la película encuentra su brillo y universalidad. También, en el retrato descarnado del universo femenino, donde Frances es encantadora, sí, pero también torpe, desordenada, inmadura, y egocéntrica. Pero siempre, y en ello radica su frescura, es una persona real.


El arquetipo de la manic pixie dream girl describe a un tipo de personaje femenino que ha aparecido de manera recurrente en el cine independiente de los últimos años. Estas chicas existen como el interés romántico del protagonista masculino, un muchacho sensible de esta época, y suelen ser excéntricas, espontáneas y adorables, un poco bohemias, siempre hermosas, y existen, están ahí, para que el protagonista masculino emocionalmente extraviado se anime a hacer algo, aprenda una lección invaluable o rompa con su estado de parálisis. Como buen arquetipo, estos personajes son vacíos, idealizados, y tienen poca profundidad más allá de ser un vehículo para que el verdadero protagonista, complejo y atribulado, pueda completar su arco de transformación o aprender lecciones de vida.


Frances, en cambio y como superación a todo arquetipo, es ella misma un ser complejo y lleno de contradicciones, busca encontrarle un sentido a su vida y este no está construido alrededor de la presencia o ausencia de un hombre. Sus sueños son bailar, tal vez ser coreógrafa, pasar tiempo con su mejor amiga Sophie, y poder tener un trabajo de lo que le gusta para pagar el alquiler. Y si el amor llega, tendrá que ser fuera de lo común y sacudirla por completo para que siquiera le preste atención. Porque ella también pretende, tal vez ingenuamente, una vida donde no tenga que traicionarse a sí misma. Donde el amor, el trabajo, la amistad y los sueños siempre tengan un componente extraordinario, donde cada día se viva un momento inolvidable. Esa resistencia melancólica a abandonar el espíritu de su juventud es lo que la hace encantadora, y es, también, lo que la hace a veces triste, a veces insoportable, a veces levemente patética. Cuando Frances encuentra, hacia el final de la película, un camino hacia su propia adultez sin ceder del todo sus sueños y sin caer en el cinismo, no podemos evitar un nudo en la garganta, que es también de alegría. El plano final es perfecto porque representa el encuentro incompleto consigo misma. Porque Frances Haliday (Frances Ha) no deja de soñarse y de buscarse. Y aunque eso sean los 27 años, en el fondo tal vez sea algo que nadie, más allá de su edad, deje de hacer nunca.




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