La Isla Norfolk
Actualizado: hace 13 minutos
Soñé que estábamos caminando por un acantilado en la Isla Norfolk. Sí, yo tampoco tengo idea de cómo es, solo que anoche estaba mirando el google maps y me apareció una islita entre Nueva Zelanda y Australia, me encanta mirar islitas, y me metí a chusmear. Me hizo acordar a Sierra de los Padres, cerca de Mar del Plata, pero con acantilados y mar. Me hizo acordar un poco a Chapadmalal pero con el paisaje bucólico y campestre de las sierras. En el sueño estaba soleado y hacía frío, aunque en las Islas Norfolk no suele hacer frío, ni tampoco calor, al parecer tienen un clima ideal y tibio todo el año, pero en el sueño vos tenías puesta una campera de corderito, ¿te acordás de las camperas de corderito? siento que quedaron tristemente enterradas en los noventa, como los jean nevados y los diskettes, pero qué abrigadas eran, ¿verdad? A mí me venían bárbaro para soportar los inviernos fríos de mi infancia en la costa. Recuerdo que una vez me dijiste que lo único bueno que tuvieron los 90 fue ser joven en esa época, claro, si yo a mediados de los noventa tenía doce años, vos tenías veintidós, creo que me contaste que viajaste a algún lado, tal vez a Europa, que nunca más te pudiste ir afuera, “con todo lo que odio el neoliberalismo”, dijiste, “pero a los veinte viajé a Europa con tres amigos como quien hoy hace un viaje a Salta”. Tal vez por eso te soñé abrigado con campera de corderito caminando por un acantilado en tierras exóticas. Eras vos hoy, pero también eras vos en los 90s abrigado en una isla de Europa, pero también eras Heatchliff recorriendo los acantilados grises y ventosos de Inglaterra, pero también eras vos hace diez años, la noche de invierno en la que nos conocimos, parado sonriente sobre avenida corrientes, y mientras tanto yo caminaba delante tuyo y sentía esa ligereza propia de los sueños y te veía reír como aquel día y sentía el sonido tintineante de mi propia carcajada. Caminábamos por una calle que serpenteaba entre los peñascos y a lo lejos veía casas blancas, todas igualitas, con techos azules, recuerdo que te dije “esto se parece un poco a Bariloche” mientras pensaba que efectivamente no, no se parecía, pero que había algo, algo indescriptible que conectaba la Isla Norfolk con Bariloche y vos me mirabas y con tu voz de tenor o de profesor universitario me decías “Este es un paisaje típico de Nueva Zelanda”, y yo te hacía montoncito y entonces empezamos a corrernos por los caminos pedregosos de los acantilados, y luego bajamos por la pendiente que tenía una baranda de madera y daba directo al océano, a un océano verde y brillante por la luz del sol, y corríamos a toda velocidad, entre las barandas, entre los pinos, y recuerdo sentirme feliz y al mismo tiempo comprender que todo era un sueño, recuerdo tener calor y sacarme mi propia campera de corderito que ahora me daba cuenta que tenía, igualita a la tuya, jean celeste por fuera, corderito blanco por dentro, recuerdo el movimiento en cámara lenta de la campera enredándose entre las ramas de los árboles, la sombra repentina que nos envolvió de pronto, las piedras que se alzaban entre las olas en forma de ballenas, son ballenas, reía yo, son ballenas, y vos te tirabas en el pasto y rodabas en caída vertiginosa debajo del sol, y a mí me dolía la panza de reír, la maleza me pinchaba la espalda, vos seguías deslizándote y brillando entre el paisaje teñido de luz, el celeste de la campera de corderito se amalgamaba con el tornasolado del mar, y entonces recuerdo sentir la felicidad, no pensarla, no recordarla, sentirla, sentir la ligereza, sentir físicamente la levedad, y de pronto me puse a gritar, ¿por qué te fuiste? ¿por qué no estás? y reí como una hiena y después lloré y entonces me desperté transpirada y gritando por qué por qué por qué
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